En la última ruta que hicimos a San jorge de Alor en busca de peonías y orquídeas, nos encontramos en la Fuente Val do Gral, una de los numerosos lugares donde el agua aflora de la piedra calcárea, a Manolo el Pastor y su burro Perico, acompañado de cuatro perros ovejeros, entre ellos uno llamado "Enrea".
Manolo enseguida se cambió el cigarro de mano, nos dedicó una sonrisa sincera y nos preguntó con su voz cascada si queríamos montarnos en su burro. Los perros jugueteaban a nuestro alrededor mientras nos desgranaba su historia con palabras puramente extremeñas. Qué alegría escuchar de unos labios auténticos palabras como escarranchá, hablando de que una moza no podía sentarse a horcajadas en un burro porque estaba muy mal visto, la perra Enrea que todo lo quiere gusipear, la perra más nueva por decir la más joven, que barrunta tormenta y tropecientas joyas más.
Las niñas de las familias que habían venido a la ruta se subieron sobre Perico mientras Manolo nos hablaba de las ovejas que tenía, las que no habían parío o las recién parías estaban aquí, mientras que las preñás las tenía en otro lugar. Varios pastores se ocupan del rebaño, en una profesión que apenas tiene relevo generacional.
Manolo nos contaba que tendría la edad de la nena más pequeña cuando ya guardaba las ovejas. "Y también tenían que guardarme a mí", añadía con una carcajada. Nos hablaba de lo sanos que se criaban, todo el día rebozados en tierra, probando los sabores del campo. "En aquél entonces no nos poníamos malos" recuerda.
Cuando le preguntamos por Perico, su burro, sonríe. "El que le puso nombre al burro era más burro todavía. Los burros no tienen un pelo de tontos, se enteran de todo". Nos dijo que uno podía hacer un viaje de kilómetros en burro, y a la vuelta podías subir a un niño que lo llevaría de vuelta, haciendo hasta las mismas paradas en los mismos sitios. "Perico sabe cuándo es la hora de comer. Si te paras a esa hora ya no lo mueves. Y como sea la hora de la siesta, entonces apaga y vámonos"
Tras un rato de charla amena, compartiendo vivencias a la sombra de un alcornoque, Manolo recuperó a su Perico, más bueno que un santo, que había soportado con paciencia los juegos, las idas y venidas, los selfies y las bromas del grupo que con tanta alegría le habían recibido. Nos despedimos de ambos y seguimos con nuestra marcha.
El ecoturismo y el "turismo lento" o Slow Travel tienen uno de los pilares en la conexión con la cultura local. No se puede conocer un lugar sin hablar con sus gentes, y si fuera posible, experimentar sus vivencias, su modo de ver la vida, sus tradiciones e historias. Por eso, apoyamos y fomentamos todo tipo de intercambios que enriquecen la vida de todos los participantes que, de otra manera, no pasarían de ver un bonito paisaje que fotografiar, guardar en sus dispositivos y olvidar en unos días.